dimarts, 11 d’octubre del 2011

Fragments de l’entrevista a Josep Antoni Duran Lleida. La Vanguardia, 9 d’Octubre de 2011


Foto: Pedro Madrueño
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¿Le gustaría ser presidente del gobierno?
La verdad es que no he pensado nunca optar a la presidencia de España. Mi ilusión fue ser presidente de Cataluña y eso sé que ya nunca podrá ser. Pese a que tengo colgada la etiqueta de que quiero ser ministro, nunca me he planteado intentar el salto a presidir España. A mí lo que me gustaría de verdad es que el catalanismo político se pudiera implicar en el gobierno español, y que hubiera ministros catalanistas en el ejecutivo. Pero, desgraciadamente, no vamos por ese camino. Hay mucha gente que me para por la calle y que me manda cartas diciéndome que tengo el perfil para ser presidente, y, sinceramente, creo que lo haría bien. Me siento tan preparado como Zapatero, como Rajoy o como Aznar. Pero no ha sido nunca mi gran ilusión.
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Los políticos, salvo excepciones, están en el ojo del huracán. ¿Qué ha hecho mal esta sociedad para tener estos políticos?
Ciertamente es una responsabilidad de todos. De la sociedad y de los políticos. En primer lugar, creo que se vivió con mucha intensidad la relación amorosa de la sociedad con los políticos de la transición. Los políticos fueron demasiados idealizados. Y eso que aquella generación de políticos supo abordar momentos muy difíciles para la historia de España. Con el tiempo, la política ha ido perdiendo calidad. Los políticos de ahora somos peores que los de antes, y eso pasa en toda Europa, pero también existe una exigencia mayor. Los medios de comunicación, los ciudadanos, todos exigen más, son más egoístas, piden más, hasta el punto de que se crea que la política la forman un grupo de privilegiados bien pagados, cuando en realidad cada vez encuentras menos gente que quiera ir a la política. Vivimos una mezcla de exigencias, errores nuestros también.
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Usted es católico, pero ¿qué le diría a una de sus hijas si le planteara que desea abortar?
Intentaría reflexionar con ella para que no abortara. Y decirle que ese bebé tendría una gran acogida por parte de sus abuelos. Y que ella querría a ese niño o niña, al igual que sus abuelos. También le diría que si no lo quisiera, hay mucha gente que desea adoptar. De todos modos, después de este planteamiento, si ella persistiera en su idea, la apoyaría porque sería su decisión. En cualquier caso, creo que los valores que he transmitido influirían decididamente.
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¿Y si se quisiera casar con un inmigrante que no acepta las costumbres de aquí?
Pues tendría un disgusto. No por el hecho de ser inmigrante, sino por ser una persona que no quiere integrarse en nuestra sociedad. Difícilmente pensaría que una persona así podría hacer feliz a mi hija. Ahora bien, si ellos se quieren y para ella fuera prioritaria esa relación, pues desearía lo que ella deseara. Pero no me gustaría. E insisto en que no tiene nada que ver el hecho de que fuera inmigrante. Cada vez más tenemos que acostumbrarnos al mestizaje, però pido a los inmigrantes que, además de pensar en sus derechos, piensen en el sentido del compromiso con la comunidad que les acoge.

Albert Gimeno
Magazine La Vanguardia 
9 d'Octubre de 2011